martes, 8 de abril de 2025

SAN PÍO X: “HABRÁ CORAJE CUANDO LA FE ESTÉ VIVA EN LOS CORAZONES”

Discurso pronunciado por el papa San Pío X el 13 de diciembre de 1908 después de la lectura de los decretos de beatificación de Juana de Arco, Juan Eudes, Francisco de Capillas y Teófano Vénard y sus compañeros. Agradezco, Venerable Hermano (1), a vuestro corazón generoso el desear verme trabajar el campo del Señor siempre a la luz del sol, sin nubes ni borrasca. Pero Vos y yo hemos de adorar las disposiciones de la Divina Providencia que, después de establecer su Iglesia aquí abajo, permite que encuentre en su camino obstáculos de toda índole y resistencias formidables. La razón es, por otra parte, evidente: la Iglesia es militante y está, en consecuencia, sumida en una lucha continua. Esa lucha hace del mundo un verdadero campo de batalla y de todo cristiano un soldado valeroso que combate bajo el estandarte de la cruz. Esa lucha ha comenzado con la vida de nuestro Santísimo Redentor y no ha de terminar más que con el mismo fin de los tiempos. Así pues, hace falta que todos los días, como los valientes de Judá al volver de la cautividad, rechazar con una mano al enemigo y levantar con la otra las paredes del Templo santo, es decir: trabajar en la propia santificación. Nos confirma en esta verdad la misma vida de los héroes de los cuales se ocupan los decretos que se acaba de publicar. Estos héroes llegaron a la gloria no sólo a través de negras nubes y pasajeras borrascas, sino de contradicciones continuas y duras pruebas que llegaron a exigirles por la fe la sangre y la vida. No puedo, sin embargo, negar que en este momento grande es mi alegría porque, al glorificar tantos santos, Dios manifiesta su misericordia a una época de gran incredulidad e indiferencia religiosa; pues, en medio del abajamiento general de los caracteres, he aquí que se ofrecen a la imitación estas almas religiosas que en testimonio de la fe dieron la vida; pues, finalmente, esos ejemplos vienen en su mayor parte, Venerable Hermano, de vuestro país, en el que los que detentan los poderes públicos han desplegado abiertamente la bandera de la rebelión y han querido romper a cualquier precio los vínculos con la Iglesia. Sí, estamos en una época en la que muchos enrojecen al confesarse católicos, muchos otros odian a Dios, la fe y la revelación, el culto y sus ministros, mezclan en todos sus discursos una impiedad burlona, niegan todo y todo lo tornan en risa y sarcasmos, sin respetar siquiera el santuario de la conciencia. Pero es imposible que ante estas manifestaciones de lo sobrenatural, cualquiera sea su voluntad de cerrar los ojos ante el sol que los ilumina, un rayo divino no termine por penetrar hasta su conciencia y, aunque más no sea por medio del remordimiento, los regrese a la fe. Lo que hace aún mi alegría, es que la valentía de estos héroes ha de reanimar los lánguidos y tímidos corazones, temerosos en la práctica de las doctrinas y creencias cristianas y ha de hacerlos firmes en la fe. El coraje, en efecto, no tiene razón de ser si no se apoya en una convicción. La voluntad es una potencia ciega cuando no la ilumina la inteligencia, y no es posible marchar con paso firme entre las tinieblas. Si la generación actual tiene todas las vacilaciones del hombre que marcha a tropezones, es signo patente de que ya no tiene en cuenta la palabra de Dios, llama que guía nuestros pasos y luz que aclara nuestros senderos: Lucerna pedibus meis verbum tuum et lumen semitis meis. Habrá coraje cuando la fe esté viva en los corazones, cuando se practique todos los preceptos por ella impuestos; pues la fe es imposible sin obras tanto como imaginar un sol sin luz ni calor. Esta verdad tiene a los mártires que acabamos de celebrar por testigos. No hay que creer que el martirio sea un acto de simple entusiasmo consistente en poner la cabeza bajo el hacha para ir diestro al paraíso. El martirio supone el largo y penoso ejercicio de todas las virtudes. Omnimoda et immaculata munditia. Y para hablar de la que os es más conocida que todos los otros -la Doncella de Orleans-, ya en su humilde país natal ya entre la licencia de las armas, se conservó ella pura como los ángeles; fiera como un león entre todos los peligros de la batalla, estuvo llena de piedad por los pobres y los desafortunados. Simple como un niño en la paz de los campos y en el tumulto de la guerra, se mantuvo siempre recogida en Dios y fue toda amor por la Virgen y la santa Eucaristía, como un querubín, bien lo habéis dicho. Llamada por el Señor a defender su patria, respondió a su vocación para una empresa que todos -y ella primero- creían imposible; pero lo que es imposible para los hombres es siempre posible con el socorro divino. Que no se exagere, en consecuencia, las dificultades cuando se trata de practicar lo que la fe nos impone para cumplir nuestros deberes, para ejercitar el fructuoso apostolado del ejemplo que el Señor espera de todos nosotros: Unicuique mandavit proximo suo. Las dificultades vienen de quien las crea y las exagera, de quien a sí se confía y no al socorro del cielo, de quien cede cobardemente intimidado por las burlas y risas del mundo: de lo que hay que concluir que, en nuestros días más que nunca, la fuerza de los malos es la cobardía y debilidad de los buenos, y todo el nervio del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos. ¡Oh! Si se me permitiera, como lo hizo en espíritu Zacarías, preguntar al Señor: « ¿Qué son esas llagas en medio de tus manos? » no cabría duda sobre la respuesta: « Me han sido infligidas en casa de los que me amaban », por mis amigos que nada han hecho por defenderme y que, al contrario, se han hecho cómplices de mis adversarios. Y de este reproche que merecen los cristianos pusilánimes e intimidados de todas partes, no puede escaparse un número grande de cristianos de Francia. Esa Francia fue llamada por mi venerado predecesor, como lo habéis recordado, Venerable Hermano, la nobilísima nación; misionera, generosa y caballeresca. A su gloria he de agregar lo que escribiera al rey san Luis el papa Gregorio IX: « Dios, al que obedecen las legiones celestiales, habiendo establecido aquí abajo reinos diferentes siguiendo la diversidad de lenguas y climas, ha conferido a grande número de gobiernos especiales misiones para el cumplimiento de sus designios. Y como otrora prefiriera la tribu de Judá a las de los otros hijos de Jacob, y como la colmara en su largueza de bendiciones especiales, así eligió a Francia y la prefirió a todas las demás naciones de la tierra para proteger la fe católica y la libertad religiosa. Por ese motivo Francia es el reino de Dios mismo y los enemigos de Francia son los enemigos de Cristo. Dios ama a Francia porque ama a la Iglesia que atraviesa los siglos y recluta las legiones de la eternidad. Dios ama a Francia que ningún esfuerzo pudo jamás separar enteramente de la causa de Dios. Dios ama a Francia, donde nunca la fe ha perdido su vigor, donde reyes y soldados no han titubeado en afrontar los peligros y dar su sangre por la conservación de la fe y de la libertad religiosa. » Así se expresa Gregorio IX. Así diréis al regresar a vuestros compatriotas, Venerable Hermano, que si aman a Francia deben amar a Dios, amar la fe y a la Iglesia que es para todos ellos muy tierna madre como lo fuera de vuestros padres. Les diréis que hagan su tesoro de los testamentos de san Remigio, de Carlomagno y de san Luis, testamentos que se resumen en las palabras tan a menudo repetidas por la heroína de Orleans: « ¡Viva Cristo, que es el Rey de los francos! » Sólo bajo este título es Francia grande entre las naciones; bajo esta cláusula es que Dios la protegerá y la hará libre y gloriosa; bajo esta condición, se le podrá aplicar lo que de Israel se dice en los Libros Santos: « Que nadie se ha hallado que insultara a ese pueblo, sino cuando se alejó de Dios». Así pues, no es un sueño sino una realidad lo que, Venerable Hermano, habéis enunciado; no tengo sólo la esperanza, mas la certeza del triunfo completo. Moría el Papa mártir de Valencia cuando Francia, después de haber desconocido y negado la autoridad, proscrito la religión, abatido los templos y los altares, exiliado, proscrito y diezmado los sacerdotes, había caído en la más detestable abominación. Dos años no habían pasado de la muerte del que había de ser el último Papa cuando Francia, culpable de tantos crímenes, sucia aún de la sangre de tantos inocentes, volvió en su angustia los ojos al que, elegido Papa por una especie de milagro lejos de Roma, tomó en Roma posesión de su trono. Y Francia imploró, con el perdón, el ejercicio del poder divino que hubiera en el Papa tantas veces rechazado y Francia fue salva. Lo que parece imposible a los hombres es posible para Dios. Me afirma en esta certeza la protección de los mártires que dieron su sangre por la fe y la intercesión de Juana de Arco que, como vive en el corazón de los franceses, repite al cielo sin cesar: « ¡Gran Dios, salvad a Francia! » (1) Mons. Touchet, obispo de Orleans. Fuente: Acta Apostolisci Sedes,15 de enero de 1909, págs. 142-145.

jueves, 3 de abril de 2025

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https://nonpossumus-vcr.blogspot.com/2020/12/comentario-eleison-numero-dcc-700-12-de.html COMENTARIO ELEISON Número DCC (700) -12 de diciembre de 2020 MADIRAN – PROPOSICIÓN VII Para todos los hombres Dios tiene un marco y un plan natural, A años luz de donde está el hombre moderno. La Parte V no es la más fácil de las seis partes del libro de Jean Madiran (1920–2013) de 1968, sobre La Herejía del siglo XX, porque trata de la Ley Natural, que es un concepto difícil de comprender para las mentes modernas. Y esto es porque Dios el Creador es tanto el escritor de la Ley Natural como Aquel que la implanta en todas sus diversas criaturas, y el Gran y Buen Dios es un misterio cerrado para una gran mayoría de las mentes modernas. Sin embargo, la Ley Natural es para Madiran tan importante como medio para llegar a la herejía del siglo XX, que la pone en el centro de la última de las siete Proposiciones que seleccionó de los escritos del Obispo Schmitt de Metz en Francia para dar forma a una herejía que de otra manera no tendría forma. Hela aquí – 7 La ley natural es la expresión de la conciencia colectiva de la humanidad. De la cual se desprende que no hay una ley natural objetiva moral, promulgada por Dios e inscrita en el corazón del hombre. La razón del obispo Schmitt para negar la existencia de tal ley divina en los hombres parece ser que hace la vida social del hombre demasiado mecánica, como si las soluciones a todos los problemas sociales de los hombres pudieran ser leídas como en un instructivo de fabricante. Pero el instructivo de Dios para el hombre permite plenamente la libertad humana incluso en la sociedad, mientras que la negación de la ley natural, dice Madiran, funda el bien y el mal no ya en la ley divina objetiva sino en la conciencia humana subjetiva, en última instancia, ninguna ley en absoluto. El hombre es libre y responsable, pero no es libre de hacer sus propias leyes. Y la enseñanza social de la Iglesia parte ciertamente de la ley natural de Dios, pero para ser aplicada a la inmensa variedad de nuevas situaciones concretas como en nuestro tiempo, necesita un gran trabajo, como el que realizó Pío XII en su tiempo. Además, sin una ley o un orden natural en el hombre, ¿cómo puede haber algo sobrenatural? (¿Sin naturaleza debajo, como puede haber naturaleza arriba, o sobre-natural?). Ya no puede haber diez Mandamientos (que expresan la ley natural); ni caridad (que es el principio y el fin de los diez Mandamientos); ni religión natural (constituida por la ley natural); ni vida social (que presupone la justicia natural); ni vida cristiana (que presupone las virtudes naturales); y así sucesivamente. De hecho, si no hay ley natural, toda noción de sociedad cristiana se hace imposible, ya sea como sociedad o como cristiana. Objeción: Toda buena ley es clara y segura. Pero si la ley natural requiere tal elaboración, entonces no puede ser clara o segura. Por lo tanto, no es una buena ley. Respuesta: En su fundamento absoluto – «Haz el bien, evita el mal», la ley natural es clara e inquebrantable. En todo lo que se deriva de eso fundamento no es tan clara para nosotros los seres humanos, y puede ser sacudida o impugnada, pero es clara en sí misma, como cuando, por ejemplo, un buen juez saca la justicia de un caso judicial confuso. La ley natural es conocida por nosotros desde dentro por la razón, y desde fuera por la revelación, por ejemplo la revelación de los 10 Mandamientos a todos los hombres por Moisés. En el tercer y último capítulo de la parte V de su libro, Madiran presenta las consecuencias espirituales de la negación de la ley natural que ha atribuido anteriormente en la P7 a la herejía del siglo XX. El resultado en el individuo católico es que se aleja de una verdadera comprensión tanto de la vida cristiana como de lo lejos que está su propia vida de ella. Ya no tiene idea de la absoluta necesidad de la gracia sobrenatural para vivir una vida cristiana. Piensa que por su propia fuerza lleva una vida decente, pero de esa vida los Mandamientos 1 a 4 se han desvanecido, 5 y 7 pueden estar todavía vivos, pero 8 está debilitado y 6,9,10 a menudo también se han desvanecido. Sin embargo, por un amor sentimental al prójimo disciplinado por ninguna ley objetiva, cree que está cumpliendo el mandato de Cristo de amarse los unos a los otros como Cristo nos amó, por lo que está satisfecho consigo mismo. En este estado, dice Madiran, no puede ser salvado. No es de extrañar que un hombre así pida «un cambio en el concepto mismo de la salvación traída por Cristo» – y hemos cerrado el círculo, volviendo a la primera de las siete Proposiciones en las que Madiran resumió la herejía del siglo XX. Kyrie eleison.

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Viganò: No se podrá evitar la apostasía de la cúpula de la Iglesia por Mons. Carlo Maria Viganò 26/12/2020 CuotaFacebookTwitter Monseñor Viganò habla con la Dra. Maike Hicson sobre el altar pontificio vacío. Omnes dii gentium demonia. Salmo 95,5 Excelencia, en un artículo reciente señaló que el altar pontificio de la basílica vaticana no se ha vuelto a utilizar desde que se profanó con la ofrenda del ídolo de la Pachamama. En aquel momento, en presencia de Bergoglio y de su corte pontificia, se cometió un gravísimo sacrilegio. ¿Qué opina de ello? La profanación de la basílica del Vaticano durante la ceremonia de clausura del Sínodo para la Amazonía contaminó el Altar de la Confesión desde el momento en que se colocó sobre la mesa una vasija dedicada al culto infernal de la Pachamama. A mí me parece que ésa y otras profanaciones cometidas en iglesias y altares evocan en cierta forma actos por el estilo que se han dado con anterioridad y nos permiten entender su verdadera naturaleza. ¿A qué se refiere? Me refiero a ocasiones en que se ha soltado a Satanás contra la Iglesia de Cristo, desde las persecuciones de los primeros cristianos hasta la guerra de Cosroes de Persia contra Bizancio; desde la furia iconoclasta de los mahometanos hasta el Saco de Roma por parte de los lansquenetes alemanes; más tarde vino la Revolución Francesa, luego el anticlericalismo del siglo XIX, el comunismo ateo, la Guerra Cristera de México y la Cruzada de Liberación española; después, los horrendos crímenes de los partisanos comunistas durante la Segunda Guerra Mundial y sus posguerra, y las diversas formas de cristianofobia que observamos hoy en día por todo el mundo. Siempre, sin excepción, la Revolución en todas sus formas confirma su esencia luciferina permitiendo que se manifieste la bíblica enemistad entre el linaje de la Serpiente y el de la Mujer, entre los hijos de Satanás y los de la Santísima Virgen. No tiene otra explicación esta ferocidad contra la Santísima Madre y sus hijos. Pienso concretamente en la entronización de la Diosa Razón que tuvo lugar el 10 de noviembre de 1793 en la parisina catedral de Notre Dame, durante el apogeo del Terror. También en aquella ocasión el odio infernal de los revolucionarios quiso sustituir el culto a la Madre de Dios por el culto a una prostituta, erigida en símbolo de la religión masónica, la llevaron a hombros en una silla gestatoria y colocada en el santuario. Esto tiene muchas analogías con la Pachamama, y denotan la mentalidad infernal que lo ha inspirado. No olvidemos que el 10 de agosto de 1793, escasos meses antes de la profanación de Notre Dame, la estatua de la diosa Razón se había erigido en la plaza de la Bastilla con los rasgos de la diosa egipcia Isis. No deja de ser significativo que esta alusión a los cultos egipcios la encontremos también en el horripilante nacimiento que en este momento se alza en la Plaza de San Pedro. Pero está claro que las semejanzas que encontramos en estas cosas que están pasando vienen acompañadas de algo totalmente nuevo. ¿Nos podría explicar en qué consiste ese nuevo elemento? Me refiero a que mientras que hasta el Concilio –o, para ser menos duros, hasta este pontificad–, las profanaciones y sacrilegios los realizaban enemigos externos de la Iglesia. Desde entonces los escándalos han llegado a los más altos niveles de la Jerarquía, eso sin hablar del culpable silencio de los obispos y el escándalo de los fieles. La Iglesia bergogliana da una imagen cada vez más desconcertante, en la que la negación de las verdades católicas viene acompañada de la afirmación explícita de una ideología intrínsecamente anticatólica y anticristiana en la que el culto idolátrico de deidades paganas –o sea de demonios– ha salido a la luz, y se promueve con actos sacrílegos y profanaciones de objetos sagrados. Colocar una vasija inmunda en el Altar de la Confesión de San Pedro es un gesto litúrgico con un valor concreto y una finalidad que va más allá de lo simbólico. La presencia de un ídolo de la madre tierra es una clara ofensa a Dios y a la Santísima Virgen, una señal palpable que en cierto sentido explica las muchas afirmaciones irreverentes de Bergoglio con relación a nuestra santísima Madre. No es de extrañar por tanto que quienes se proponen derribar la Iglesia de Cristo y el Papado de Roma lo hagan desde el solio supremo, como dijo la profecía de la Virgen de la Salette: «Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo». Yo diría que hoy en día ya no se puede hablar de una simple pérdida de la fe, sino que debemos tomar nota del próximo paso, que se expresará en una auténtica apostasía, del mismo modo que la reforma litúrgica va evolucionando hacia una forma de paganismo que incluye la profanación sistemática del Santísimo Sacramento. Sobre todo con la imposición de la Comunión en la mano so pretexto del covid. Así como en una cada vez más evidente aversión a la antigua liturgia. En esencia, muchas formas de prudencia inicial ocultando las verdadera intenciones de los novadores, poniendo cada vez más al descubierto la verdadera naturaleza de la obra que realizan los enemigos de Dios. Ya no hace falta el pretexto de la oración en común por la paz que legitimó la matanza de gallinas y otras escandalosas abominaciones en Asís, y ya hay quien teoriza que la hermandad entre los hombres puede prescindir de Dios y de la misión salvífica de la Iglesia. ¿Qué piensa de los sucesos que se han dado a partir de octubre de 2019? En particular, de que Bergoglio haya abandonado el título de Vicario de Cristo, así como de que haya dejado de celebrar la Misa en el altar pontificio y de la suspensión de la celebración de misas públicas en Santa Marta. El principio filosófico agere sequitur esse, el modo de obrar sigue al de ser, nos enseña que todo actúa en conformidad con lo que es. Quien renuncia a ser llamado Vicario de Cristo da la impresión de entender que el título no le corresponde, o incluso de que desprecia la posibilidad de ser el vicario de Aquel que Bergoglio demuestra con sus palabras y sus actos que no quiere reconocer y adorar como a Dios. O, expresado más sencillamente, que no le parece que su misión como máxima autoridad de la Iglesia tenga que coincidir con el concepto católico de pontificado, sino con una versión supuesta actualizada y desmitologizada. Al mismo tiempo, como no cree ser el Vicario de Cristo, Bergoglio puede eximirse de actuar como tal, adulterando como si nada el Magisterio y escandalizando a todo el pueblo cristiano. Celebrar in pontificatibus en el altar erigido sobre la tumba del apóstol San Pedro invisibilizaría al argentino, eclipsaría sus excentricidades y su perpetua expresión de disgusto que no consigue ocultar cada vez que celebra como Papa. Al contrario, le resulta mucho más fácil destacar en la Plaza de San Pedro en pleno confinamiento, atrayendo hacia sí la atención de los fieles, que de lo contrario pondrían en Dios. ¿Reconoce entonces el valor simbólico de los actos del papa Francisco? Los símbolos tienen un valor preciso: el nombre que eligió, la decisión de vivir en Santa Marta, el abandono de insignias y vestiduras propias del Romano Pontífice, como la muceta roja, el roquete y la estola, o el escudo de armas pontificio en el fajín. La obsesión por todo lo profano es simbólica, como lo es también la intolerancia hacia todo lo que evoque un sentido católico. Y quizá sea también simbólico el gesto con que en la epiclesis, durante la Consagración, Bergoglio cubra siempre el cáliz con las manos, como si quisiera impedir el derramamiento del Espíritu Santo. Del mismo modo, así como cuando uno se arrodilla ante el Santísimo Sacramento da testimonio de fe en la Presencia Real y realiza un acto de latría o adoración a Dios, al no arrodillarse ante el Santísimo, Bergoglio proclama públicamente que no quiere humillarse ante Dios. Eso sí, no tiene problema para postrarse a cuatro patas ante inmigrantes o ante funcionarios de repúblicas africanas. Y al postrarse ante la Pachamama, algunos frailes, monjas, curas y seglares realizaron un acto de auténtica idolatría, honrando a un ídolo y rindiendo culto a un demonio. Símbolos, signos y gestos rituales son los instrumentos por los que la iglesia bergogliana se manifiesta sin tapujos. Todos esos ritos de la neoiglesia, esas ceremonias más o menos indicadas, esos elementos tomados de liturgias profanas, no son casuales ni mucho menos. Constituyen uno de los cambios de la ventana de Overton que Bergoglio ya ha teorizado en sus intervenciones y en los actos de su magisterio. Por otra parte, los hechiceros que trazaron el signo de Shiva en la frente de Juan Pablo II y el buda que se adoró en el tabernáculo de Asís se pueden entender en plena coherencia con los horrores que estamos presenciando. Exactamente igual que, en el ámbito social, antes de considerar aceptable el aborto en el noveno mes de gestación éste tuvo que ser legalizado en casos más limitados, y que antes de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo se prefirió prudentemente dejar que la gente creyese que la protección legal de la sodomía no terminaría por poner en tela de juicio la institución del matrimonio natural entre un hombre y una mujer. ¿Cree Vuestra Excelencia que estas cosas irán a más? Si el Señor, Sumo y Eterno Sacerdote, no se digna poner fin a esta perversión generalizada de la Jerarquía, la Iglesia Católica quedará cada vez más opacada por la secta que se le está superponiendo abusivamente. Confiamos en las promesas de Cristo y en la asistencia especial del Espíritu Santo , pero no olvidemos que la apostasía de la cúpula de la Iglesia forma parte de los acontecimientos esjatológicos y no se podrá evitar. Considero que las premisas que hemos visto hasta ahora, y que se remontan en buena parte al Concilio, conducirán inexorablemente de un modo cada vez más explícito a una profesión de apostasía por parte de la cúpula de la iglesia bergogliana. El Enemigo exige fidelidad a sus siervos, y si al principio, parece contentarse con un ídolo de madera adorado en los jardines vaticanos o de una oblación de tierra y plantas sobre el Altar de San Pedro, dentro de poco exigirá un culto público y oficial que reemplace al Sacrificio Perpetuo. En ese caso se cumplirá lo que profetizó Daniel de la abominación desoladora en el lugar santo. Me llama la atención la expresión precisa que emplea la Sagrada Escritura: «Cum videritis abominationem desolationis stantem in loco sancto» [cuando veáis la abominación desoladora en el lugar santo] (Mt.24,15). Está escrito con toda claridad que esta abominación estará en una descarada y arrogante imposición en el lugar más ajeno e impropio para ella. Será una vergüenza, un escándalo, algo sin precedentes, y no hay palabras para calificar y condenarla. ¿Qué nos espera si todo sigue así? A mi modo de ver, estamos presenciando el ensayo general previo a la instauración del reino del Anticristo, que será precedido por la predicación del Falso Profeta, precursor de aquél que desencadenará la persecución final de la Iglesia antes de la victoria aplastante y definitiva de Nuestro Señor. El vacío simbólico del altar pontifico es algo más que una advertencia para quienes fingen no ver los escándalos de este pontificado. En cierta forma, Bergoglio se está valiendo de ello para que nos acostumbremos a tomar nota de la mutación sustancial del papado y de la propia Iglesia. También lo es para que veamos en él algo más que el último en el largo linaje de romanos pontífices a los que Cristo mandó apacentar sus ovejas y sus corderos: el primer jefe de una organización filantrópica multinacional que ha usurpado el nombre de Iglesia Católica sólo porque le permite disfrutar de un prestigio y autoridad sin igual, incluso en tiempos de crisis religiosa. La paradoja es patente: Bergoglio sabe que sólo puede destruir a todos los efectos la Iglesia Católica si se lo reconoce como Papa, pero al mismo tiempo no puede ejercer el pontificado en sentido estricto, ya que ello exigiría que hablase y se comportase como el Vicario de Cristo y Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, y se manifestara como tal. Es la misma paradoja que observamos en los ámbitos civil y político, en los que quienes han sido constituidos como autoridades para gobernar los asuntos públicos y promover el bien común son al mismo tiempo emisarios de la élite con la misión de destruir su país y vulnerar los derechos de los ciudadanos. Por detrás del estado profundo y la iglesia profunda siempre hay un mismo instigador: Satanás. ¿Qué pueden hacer los laicos y el clero para prevenir está carrera desenfrenada hacia el precipicio? La Iglesia no es propiedad del Papa, ni tampoco de una camarilla de herejes y fornicarios que ha conseguido acceder al poder mediante engaños y fraudes. Por eso, debemos unir nuestra fe sobrenatural en que Dios obra constantemente en medio de su pueblo a una labor de resistencia, como aconsejan los Padres de la Iglesia. Los católicos tienen el deber de enfrentarse a la infidelidad de sus pastores, porque el objeto de la obediencia que les deben es la gloria de Dios y la salvación de las almas. Por consiguiente, denunciamos todo lo que suponga traición a la misión de los pastores, mientras imploramos al Señor que abrevie estos tiempos de prueba. Y si algún día Bergoglio nos dijera que para estar en comunión con él tenemos que hacer algo que ofenda a Dios, tendremos más confirmación de que es un impostor y de que, como tal, carece de autoridad. Oremos, pues. Recemos mucho y con fervor, conscientes de las palabras del Salvador y de su victoria final. No se nos juzgará por los escándalos de Bergoglio y sus secuaces, sino por nuestra fidelidad a las enseñanzas de Cristo; fidelidad que comienza por vivir en gracia de Dios, recibiendo con frecuencia los sacramentos y ofreciendo sacrificios y penitencias por la salvación de los ministros de Dios. ¿Cuál es su petición para esta Navidad? Me gustaría que estos tiempos difíciles nos permitan ver que donde no reina Cristo se instaura irremediablemente la tiranía de Satanás. Donde no impera la Gracia, se imponen el pecado y el vicio. Donde no se ama la verdad, la gente termina por abrazar el error y la herejía. Si hasta ahora muchas almas tibias no han sabido volverse a Dios, reconociendo que su vida sólo puede hallar plena y perfecta realización en él, quizás puedan entender ahora que la vida sin Dios se convierte en un infierno. Como los pastores se postraron adorantes a los pies del Niño Rey, acostado en un pesebre pero significativamente arropado en unas telas que antiguamente eran prerrogativa de reyes, también nosotros debemos congregarnos en oración en torno al altar, aunque sea en un desván o en sótano para escapar a la persecución o burlar la prohibición de reuniones. Porque aun en la pobreza de una capilla clandestina o una iglesia abandonada el Señor desciende sobre el altar para sacrificarse místicamente en aras de nuestra salvación. Roguemos porque un día veamos a un pontífice que vuelva a celebrar el Santo Sacrifico sobre el Altar de la Confesión de San Pedro según el rito que enseñó Nuestro Señor a los Apóstoles y que se ha transmitido íntegro a lo largo de los siglos. Será la señal de que se han restaurado el papado y la Iglesia de Cristo. (Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original) 🔊 Escuchar artículo Artículo anterior Pío XII y la Navidad de 1943 Artículo siguiente ¿Puede la Iglesia Católica ser la campeona contra las fuerzas del liberalismo secular militante? Mons. Carlo Maria Viganò Mons. Carlo Maria Viganò Monseñor Carlo Maria Viganò nació en Varese (Italia) el 16 de enero de 1941. Se ordenó sacerdote el 24 de marzo de 1968 en la diócesis de Pavía. Es doctor utroque iure. Desempeñó servicios en el Cuerpo Diplomático de la Santa Sede como agregado en Irak y Kwait en 1973. Después fue destinado a la Nunciatura Apostólica en el Reino Unido. Entre 1978 y 1989 trabajó en la Secretaría de Estado, y fue nombrado enviado especial con funciones de observador permanente ante el Consejo de Europa en Estrasburgo. Consagrado obispo titular de Ulpiana por Juan Pablo II el de abril de 1992, fue nombrado pro nuncio apostólico en Nigeria, y en 1998 delegado para la representación pontificia en la Secretaría de Estado. De 2009 a 2011 ejerció como secretario general del Gobernador del Estado de la Ciudad del Vaticano, hasta que en 2011 Benedicto XVI lo nombró nuncio apostólico para los Estados Unidos de América. Se jubiló en mayo de 2016 al haber alcanzado el límite de edad.

SAN PÍO X: “HABRÁ CORAJE CUANDO LA FE ESTÉ VIVA EN LOS CORAZONES”

Discurso pronunciado por el papa San Pío X el 13 de diciembre de 1908 después de la lectura de los decretos de beatificación de Juana de Arc...